TRAPANI Y ERICE

En la escala de Trapani, la compañía nos ofrecía una excursión a Marsala, visitando las salinas, el museo arqueológico de aquella ciudad y una bodega donde se producen los célebres vinos que llevan su nombre. Pero nosotros decidimos visitar la ciudad portuaria y la cercana ciudad de Erice, ubicada en lo alto de una montaña, que consideramos más interesantes, por lo que decidimos contratar el servicio de un taxi para visitar estos lugares, a los que posiblemente no volveremos. TrapaniTours www.trapanitours.com; trapanitours@gmail.com y ponernos a disposición de Aldo, que con su experiencia nos mostró lo mejor de ambas ciudades.


TRAPANI
Extendida en una sutil franja cubierta por un mar cristalino, Trapani se nos muestra entre dos mares, el Tirreno y el Mediterráneo, y entre dos continentes, Europa y África, conquistando una posición geográfica de excepción.

Puente de comunicación entre dos mundos, el norte y el sur, y punto de encuentro entre diferentes civilizaciones, la oriental y la occidental, gracias precisamente a su posición privilegiada, ha asumido durante el tiempo una fisionomía totalmente particular, logrando integrar y armonizar elementos culturales de diferente procedencia, cada uno de los cuales, a través de los siglos, ha dejado huellas reconocibles en el territorio.

Pasear por las calles de la ciudad vieja, en particular, puede convertirse en una experiencia exaltante si se tiene el gusto de reconocer el atrevido juego de superposiciones de estilos en la arquitectura y el eco de tantas culturas diferentes que se han alternado entre los estrechos callejones de los barrios populares. 

En esta mezcla de Románico, Barroco, Liberty y de influjos árabes, normandos y españoles que animan las fachadas de las Iglesias, los frontispicios de los edificios y cada rincón escondido del centro histórico. Aún es posible percibir la presencia de un elemento que por encima de todos se impone y que une a todo, el mar. Protagonista absoluto de la vida cultural y productiva de la ciudad, el mar de Trapani viste de salinidad las calles, callejones, edificios y fuentes de vida y riqueza para la población local gracias a la actividad de la pesca, el comercio de la sal y el atún, el artesanado vinculado a la elaboración del coral.

Y es por ello que precisamente del mar conviene iniciar a conocer la ciudad, en particular partiendo del magnífico Puerto de Trapani. A lo largo de las blancos muelles del puerto, en los días templados, es sugestivo sentarse en un banco para admirar las barcas y barcos amarrados en el muelle y respirar el olor salobre del viento, dejándose acariciar por el rumor de las olas. 

A pocos pasos se abre la ciudad, generosa de bellezas de arte y arquitectura que se suceden, unas tras otras, sin descanso ante los ojos del visitante. 

El particular palacete llamado Casita de las Palmas (Casina delle Palme), que se asoma al puerto, exhibe un agradable estilo Liberty, con las palmas en derredor y por un delicioso espacio verde sobre el que se asoma un pequeño escenario, utilizado a menudo en la temporada veraniega para hacer espectáculos y representaciones. 

La céntrica via Torrearsa asombra por la belleza de los monumentos y edificios que encontramos en ella. El primero de todos la solemne Fuente de Saturno (Fontana di Saturno), dominada por una valiosa estatua del siglo XVII del dios que algunas fuentes indican como el mítico fundador de la ciudad, después la Iglesia de San Agustín (Chiesa di Sant'Agostino) del siglo XIV, con la refinada gracia del rosetón de arcos empotrados cruzados, que decora la fachada, y también el Palacio Cavarreta (Palazzo Cavarretta), el Palacio Senatorial (Palazzo Senatorio) sede del Ayuntamiento, que luce una magnífica fachada barroca dominada por las estatuas de la Madonna de Trapani, protectora de los trapaneses, de S. Giovanni y S. Alberto, patrono de la ciudad. 

Al fondo de la calle, la plaza del Mercado del pescado (Mercato del pesce), reconducida recientemente a su antiguo esplendor gracias a una obra de restauración de gran valor. En el centro, pacífica y sensual, la preciosa estatua de hierro fundido de Venus. 
También merece un paseo mirando hacia arriba, la calle que hace tiempo llamaban la Rua Grande, hoy Corso Vittorio Emanuele, considerado con razón como el "salón bueno" de la ciudad. Además de las espléndidas fachadas barrocas de la Iglesia del Colegio de los Jesuitas (Chiesa del Collegio dei Gesuiti) y la Catedral de San Lorenzo (Cattedrale di San Lorenzo), esta calle empedrada delicia los ojos de los transeúntes con la elegancia de los ricos arabescos marmóreos de los numerosos elegantes palacios nobles.

Otra calle del centro histórico que merece la pena un paseo es la via Garibaldi, antiguamente llamada Rua Nuova. Ejemplos magníficos de Barroco laico y religioso se suceden entre el refinado Palacio Riccio de San Joaquín (Palazzo Riccio di San Gioacchino) y la encantadora Iglesia de S.M. del Socorro (Chiesa di S. M. del Soccorso), con la magnificencia escenográfica de sus decoraciones interiores y exteriores.
Penetrando dentro de la ciudad vieja, un laberinto de callejuelas estrechas con un inconfundible sabor árabe esconde maravillas imprevistas capaces de pillar por sorpresa a los turistas que tienen la curiosidad de adentrarse. 

Uno puede tropezar en el barrio hebraico con el peculiar Edificio de la Judería (Palazzo della Giudecca) y la bonita Iglesia del Purgatorio (Chiesa del Purgatorio), que en su interior conserva los importantes Misterios de Trapani, grupos escultóricos del siglo XVIII de tela y cola que cada año, en Pascua, con gran devoción por parte de la población local, se llevan en procesión para conmemorar las fases más significativas de la pasión de Cristo. 
En fondo del Corso Vittorio Emanuele, una estrecho tramo de tierra rodeado por el blanco encaje de la espuma del mar, conduce a la punta extrema de la ciudad, dominada por los vientos y la Torre de Ligny, del siglo XVII, erigida por los españoles contra las frecuentes incursiones de los piratas turcos, que hoy en día es sede de un interesante Museo del mar.
Poco distante encontramos otro ejemplo de arquitectura militar, la fortaleza del Palomar (Colombaia), regala una prespectiva de Trapani verdaderamente especial. Edificada en una isla a pocos golpes de remo de la costa, el castillo se levanta en un espejo de agua en el que al anochecer se reflejan los mil colores del ocaso. Poco distante de allí, Trapani ofrece otro retrato de vida de mar, el puerto pesquero (porto peschereccio), desde donde todas las mañanas en las primeras horas del alba los pescadores zarpan a la caza de los peces que cuando vuelven proponen, aún deslizantes, a los turistas más madrugadores.

Alejándose del centro, merece la pena una visita al Santuario de la Annunziata, iglesia muy importante por la devoción popular de Trapani debido a que guarda, dentro de una maravillosa capilla, la Madonna de Trapani, valioso simulacro del siglo catorce atribuido al famoso escultor toscano Nicola Pisano. Según la leyenda, la estatua llegó a la ciudad arrastrada por el mar después de una tormenta y desde siempre ha sido objeto de una ardiente devoción por parte de los trapaneses que la han elegido como su protectora. 

Desde el jardín del santuario se accede al adyacente antiguo convento de los carmelitanos, sede del Museo Pepoli, que conserva una sorprendente colección de objetos de la orfebrería trapanese más refinada. Las vitrinas llenas de maravillosas joyas pero también de pesebres, pilas, palios, crucifijos y todo tipo de objetos sacros y profanos testimonian la pericia alcanzada por los artesanos locales en la producción del oro, plata y, sobre todo, coral; los coraleros de Trapani manipulaban el coral con gran destreza utilizando las técnicas más elaboradas y refinadas. De hecho, en el pasado, en las aguas delante de Trapani se pescaba un coral de óptima calidad que durante mucho tiempo ha constituido una fuente de riqueza para los habitantes del lugar y que, una vez más, demuestra cómo Trapani y sus habitantes siempre han extraído del mar belleza, calidad y excelencia.

ERICE
En la carretera tortuosa que sube la pendiente del monte San Giuliano, el aire se hace cada vez más fresco y atenuado, entre panoramas asombrosos que aparecen de repente detrás de los recodos. Acostada en la cumbre, encapotada con frecuencia por la niebla, aparece finalmente Erice, una ciudad antigua a medio camino entre historia y mito. Virgilio hablaba ya de Erice, relatando la llegada de Enea a sus orillas, mientras que la leyenda cuenta que fue Erice, hijo de Afrodita, el que fundó la ciudad erigiendo un templo dedicado a la madre. Construido en el borde de un peñasco escenográfico, el antiguo templo ha dejado su lugar a lo que hoy es el Castillo de Venus (Castello di Venere), de época normanda, que destaca en un panorama desmesurado.

Porta Trapani recibe a los visitantes explicando la atenta organización defensiva de la ciudad que, a través de las diferentes épocas históricas, siempre desarrolló un importante papel estratégico-militar. Ello viene confirmado por las majestuosas murallas de la ciudad, de época élimo-púnica, denominadas ciclópeas por su extraordinaria dimensión. Una vez dentro, capturan inmediatamente la atención la fascinación de las características venule, estrechas carreteras empedradas, que siguen recorridos tortuosos entre casas de piedra, claustros y arcos inesperados. Resulta sorprendente la gracia de los patios de las casas, embellecidos con esmero por flores y plantas.

Entre las callejuelas se cuentan más de 60 iglesias y se admiran las fachadas de las casas patricias, en una superposición de estilos que van desde el gótico, al renacentista, al barroco. Divertido el shopping en las tiendas artesanas que exponen cerámicas variopintas y alfombras tradicionales, trabajadas aún en viejos telares. Las subidas y bajadas de callejuelas conducen a la gran plaza central, piazza Umberto I, a la que se asoma el Palacio Municipal (Palazzo Municipale) con la rica biblioteca Vito Carvini. En la plaza se encuentra el museo Cordici, que expone en el atrio una preciosa Anunciación de Antonello Gagini. Poco distante se encuentra el Centro de cultura científica Ettore Majorana, fundado por el científico Antonino Zichichi, que ha hecho de Erice la ciudad de la ciencia. El centro científico recibe a científicos de fama internacional que se reúnen en esta sede para discutir sobre emergencias meteorológicas, ambientales y tecnológicas.

Los Jardines del Balio son, sin duda, el lugar más sugestivo de Erice. Toman el nombre de Baiuolo, el gobernador normando que residía en el castillo circundado por este parque. Extraordiarias las vecinas Torres del Balio, construidas por los Normandos para reforzar las defensas del castillo y la Torreta Pepoli, construcción tardo-morisca empinada encima de una roca. Desde el Balio se puede disfrutar de un panorama que las palabras no pueden describir. En los días nítidos Monte Cofano, las islas Egadi, las salinas y todas las localidades de los alrededores se convierten en actores de un espectáculo casi surreal, tanta es la sugestión que procuran.

Se debe ver absolutamente la espléndida Matriz que, solemne y elegante, está refinada por los almenajes a cola de golondrina y el gracioso rosetón que se abre en la fachada. El cercano campanario, en su origen torre de avistamiento, descuelga en el cielo dominando todo el campo circundante.

Erice es capaz de seducir con los ojos pero también con el paladar. Los dulces son el plato fuerte de la gastronomía ericina. Las monjas de clausura de los conventos de San Carlo y Santa Teresa han dejando en herencia a los pasteleros las recetas tradicionales de dulces inimitables en los que la almendra es el ingrediente recurrente: los dulces de riposto, rellenos de conserva de cidra y decorados ricamente con glaseado de colores pastel, los bocconcini de almendra, los perfumados frutos de Martorana, los cuaresmales, los bellos y feos. No se puede dejar Erice sin haber probado antes la genovese, dulce de pastafrola relleno de crema de una friabilidad y delicadez inconfundibles. En todas las panaderías se pueden comprar los mustazzoli, aromáticas galletas de la típica pasta dura y crujiente que combinan muy bien con el café con leche matutino. El campo ericino también es el territorio de otro producto delicioso: el aceite de los Valles Trapaneses (Valli Trapanesi), DOP desde 1999, extraído de las variedades Cerasuola y Nocellara.

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